Valpina

Saturday, December 30, 2006







1º de enero


Ni quiero pensar cómo van a terminar algunos después del carrete de año nuevo. Por ejemplo, mi colega Ajenjo Verde, el Loro del Wanderers (que por ahí comentó que los fuegos artificiales le subían la líbido) y la ministra de Cultura, Paulina Urrutia, a quién se le ha visto bastante alterada en los Carnavales Culturales. Ojalá que todos ellos pasen una buena noche, de verdad. ¡Ah! y espero que mi querido Sabino -que reapareció para los festejos por la muerte de Pinochet- continúe con su tradición de correr por todo Pedro Montt regalando abrazos. Desde Las Heras hasta la plaza Victoria y viceversa. (¿Se acuerdan del Sabino? Recuerdo cuando me daba la lata, siempre se me acercaba y me hablaba de cualquier cosa. A veces me agotaba la paciencia, pero igual lo escuchaba).
Lo que es yo, creo que me guardaré en casita a disfrutar de mi vista privilegiada a la bahía. Como siempre, veré los fuegos artificiales -no me imagino una noche de año nuevo sin cuetes ni pirotecnia- y brindaré con mi familia. La verdad es que nunca me han gustado mucho los carretes de fin de año, me estresan. Me carga sentirme obligada a pasarlo bien sólo porque la tradición así lo dice. En una oportunidad pasé toda la noche viendo una maratón de Pókemon. ¿Ridículo?, para nada, yo lo pasé chancho.
Pero hace un par de años descubrí que el día 1º también se puede carretear. Cuando todos están pasando la mona yo estoy preparando alguna junta con los amigos que sobrevivieron a la juerga. La idea es empezar al almuerzo, o mejor al desayuno, devorándose unos ricos mariscos. Eso sí, los del pueblo -nada de ponerse finos con centolla u ostiones- Lo más recomendable son unas buenas almejas crudas, aliñadas sólo con limón. Y ojalá comerlas en su misma concha. Para los delicados de estómago, recomiendo una buena sopita de choros, con harto cilantro y un huevito (ideal para la caña). Los más valientes podrán arriesgarse con unos piures recién sacados de la percha. Conozco a unos que se los tragan así no más, sin hacerle asco al yodo. Yo, paso. Me quedo con las almejas compradas en los camiones que a eso de las 8 de la mañana llegan a Caleta Portales. Ahí el espectáculo marino es muy divertido. Siempre me ha gustado observar a los vendedores, escuchar cómo ofrecen sus productos. Pero lejos, lo más entretenido, es ver a los que limpian las pescás -mmm que rico, me dieron ganas de comer una a la lata- y reírse con las historias que cuentan. No falta el que se tira al dulce con una y trata de engrupir. ¿Alguna vez les resultará?.
Espero que al atardecer de este lunes la brisa sea tibia, para disfrutar de mi terraza, mis mascotas, una buena compañía y una rica cerveza. Después de haber saboreado un buen mariscal crudo y de unos apretados abrazos.
¡Feliz 1º de enero!

Saturday, December 23, 2006



















Navidad en La Isla

Bryan tiene seis años y es uno de los socios más participativos de la biblioteca infantil El Rinconete del Genio, ubicada en la población La Isla de Rocuant. Es inquieto, flaco y preguntón. Lo conocí hace unos días cuando participé en la fiesta navideña que les organizó el Colegio de Periodistas de Valparaíso. Los reporteros les llevaron muchos libros, regalos y, obviamente, al querido Viejito Pascuero. Junto a Bryan llegaron cerca de sesenta niños típicamente porteños: Con rostros quemados por el sol, manos sucias de tierra -en la punta del cerro las calles no conocen el pavimento- y con viejas pelotas de fútbol y varios perros callejeros a cuestas.
Recuerdo que Bryan me preguntó para qué tantos libros. Con desilusión comentó : "¿y estos son los regalos?". Acongojada, no me quedó otra que decirle que sí -no había juguetes de moda en las bolsas- pero lo convencí de que a través de esos textos podía conocer otros mundos, abrir su mente y transportarse a esos lugares que sólo la imaginación puede contener. Lejos de la precariedad de su barrio, donde el agua es un bien escaso y los peligros están a la vuelta de la esquina. El escuchó con atención. Dejó su pistola de agua a un lado por un rato y siguió atento los consejos que dio el Viejito después.
Quedó encandilado con el visitante del Polo Norte. Tanto, que cuando el Viejito debió partir, Bryan lo acompañó hasta el vehículo que lo trasladaba. Me descuidé sólo unos segundos, y el juguetón niño saltó a las faldas de su amigo de barba blanca diciendo con ímpetu "¡yo me quiero ir contigo Viejito!". No lo podía bajar. Pero tenía que partir, había otros compromisos que cumplir, otros regalos por entregar. Pero Bryan no entendía eso. Logré convencerlo, pero después salió disparado detrás del auto, llamando a su Viejito.
Nunca más se borrará esa imagen de mi mente. Quedó grabada como uno de los episodios más memorables de mi vida. Y no por lo feliz. Me conmoví hasta los huesos, sin dejar de pensar en lo poco que cuesta darle alegría a un niño. Y lo rápido que esos momentos se esfuman.
Quizás no sea esta la mejor postal porteña. Pero sí es optimista (espero). Porque allá arriba, en la punta del cerro, sí hay esperanzas. Y nada tienen que ver con los conflictos bajo la avenida Alemania, donde a veces los porteños perdemos el Norte pensando en que las inversiones de tal empresa o de tal autoridad nos darán mejor vida a futuro. Me pregunto ¿eso a quién favorece? ¿Ayudará a Bryan y a todos los niños del Rinconete del Genio?.
Allá los $500 por pasaje de ascensor se gastan en un kilo de pan. Y los niños son felices con un ajado cuento entre las manos.
¡Feliz Navidad al Rinconete del Genio!.
Jojojo.

Friday, December 08, 2006



Piedras que aplauden

Una de mis mejores amigas, que por estos días regresa a Valparaíso después de una larga aventura por Venezuela, me regaló hace tiempo una foto donde aparece sentada en el suelo, apoyada en una vieja reja, con el mar detrás. En la imagen se notan claramente los fierros oxidados y el pavimento todo quebrado. Es el borde costero, la avenida Altamirano versión años 90, frente a la plaza Rubén Darío.
En ese mismo lugar yo también tengo una foto. Aparezco con mi madre y mi hermana. Debo haber tenido unos once años y luzco unos pantalones con bicicletas que me encantaban. Y parece que un tío, aficionado a la fotografía, tiene otra guardada por ahí, donde salgo posando en medio de los jardines de la plaza, como si se tratara de la portada de la “Genoveva”.
Cuántas veces en mis treinta años he paseado por la Rubén Darío. Recuerdo especialmente un 25 de diciembre, cuando pasé la primera Navidad con mi pareja. Después de almorzar en la casa de mis padres, pasamos la tarde contándonos historias y haciendo planes echados sobre el pasto, mientras un montón de niños jugaba entre medio de nosotros con las pelotas y las bicicletas que les dio el Viejito Pascuero. Parece que nos tomamos una helado de agua y caminamos hasta la Caleta El Membrillo para tomar la “O”.
Hace unos meses fui de nuevo con mi madre. Nos instalamos en el mirador, que ahora está mucho más “encachado” porque el MOP renovó todo el sector. Fue rico oír de nuevo cómo aplaudían las piedras cuando las olas se retiraban. Aquel sonido, tan característico, lo descubrí una noche mientras carreteaba con unos amigos. Alguien me dijo que pusiera atención, porque el golpeteo de las rocas era similar al batir de las palmas. Ahora siempre le comento a mis acompañantes que pongan atención a tan especial detalle.
Y mientras con mi mamá disfrut´abamos de la brisa marina nos llamó la atención una pareja de adolescentes que jugaba a esquivar el agua, y yo que creía que no se podía bajar a la playa. También nos reímos mucho observando a los marinos que desde la Escuela Naval observaban el panorama, bastante aburridos. Había personas pescando, uno que otro aficionado al trote y varias mujeres paseando a sus hijos.
El cambio experimentado por la avenida Altamirano, que hoy luce renovada, sin hoyos -¡tiene el mejor pavimento de todo Valparaíso!- es una de las obras que mejor le ha hecho a la ciudad. Acá la plata sí que fue bien invertida y tanto porteños como visitantes lo agradecen. Basta dar una vuelta los fines de semana para observar a una gran cantidad de personas caminando, las que se han ido apoderando de los nuevos miradores. Así se va cumpliendo ese sueño de los idealistas porteños, que sólo quieren que los habitantes de este Puerto se “tomen” su ciudad.