Valpina

Monday, July 31, 2006


Para subir al cielo

De niña juraba que vivía en el cielo, claro que no entendía porqué, en mi cielo, no había nubes y tampoco me encontraba con ángeles. Pese a eso, estaba segura de que no podía ser más afortunada y podían pasar los acontecimientos más malos en mi infantil vida, y yo continuaba creyendo.
Fue un día cualquiera, en que un primo vino de visita desde Santiago -él era estudiante universitario- y me metió esa loca idea en la cabeza. Recuerdo, vagamente, que íbamos en el ascensor (el Monjas) y me decía que ese era "el ascensor al cielo". Yo no lo podía creer, abrí los ojos para no perder detalle de aquel "viaje". Me subí sobre el asiento del carro, me encaramé en la ventana desobedeciendo a mi madre, y me puse a mirar esperando que algo importante pasara.
Cuando el recorrido terminó, llegué al puente y no vi nada nuevo. Seguía todo tal cual. La casa gigante con patio seguía ahí, el negocio verde estaba todavía abierto y la casa amarilla de mi amigo era tan pequeña como siempre.
-¡Mentira, esto no es el cielo!, le dije a mi primo, muy desilusionada.
Pero él, en vez de reconocer que me había jugado una broma, continuó con su historia y me insistía que "ese" era el cielo. Y para argumentar esa locura inventó que las personas que andaban por ahí en ese momento eran ángeles. Increíble. ¿Acaso yo también lo era? ¿dónde están mis alas?, me preguntaba, incrédula.

Han pasado veintitantos años de aquello y cada vez que lo recuerdo me viene una nostalgia increíble. Me dan ganas de volver a la infancia para sentir los bonos en mis manos -así se llaman los boletos para subir gratis en ascensor-, pasar el torno, esperar impaciente que la ampolleta se apagara (eso significaba que nos podíamos subir) y leer todos los garabatos escritos sobre las roidas latas, de mi viejo ascensor al cielo.


Friday, July 28, 2006



Volantín cortado




¡Se fue!, se oye en el cerro. Son los niños que anuncian que un volantín ha caido cielo abajo. Se siente a lo lejos el ruido de unos pies torpes, fuertes, corriendo por la escala. Se suben rápidamente al techo del vecino y antes de que el perro ladre, amenazante, alguien salta riendo porque tiene en sus manos un trofeo de papel y madera. Ahora podrá alzar triunfante la joyita de su enemigo. Ese jote color verde, con tres estrellas y la insignia del Wanderers al centro, que compró donde el Mackay, ese viejo que todos los años nos sorprende con sus diseños. Va hacia el muro, pero antes conseguirá un trozo del prohibido hilo curado -no teme a los accidentes que tanto repiten en televisión- y lo encumbrará hasta lo más alto, desafiando al antiguo dueño del cometa a que venga a recuperarlo.
Sabe que vendrá por él y que conseguirá un jote aún más fuerte, con maderos de coligüe, ¡o de palos de maqueta!. Tendrá que reforzar entonces el papel en las puntas, tal vez le ponga una cola para que corte el aire sin problemas.

***

Desde el muro se ve el mar de un azul intenso, ese color que toma cuando hace mucho viento en Valparaíso. Ya es hora de bajar el volantín, puede que se rompa y no hay monedas para comprar otro. Empieza a quitarle hilo, el carrete se mueve para todos lados. El papel suena fuerte. Sus manos están rojas por el frío. Olvidó ponerse un jersey, y eso que mamá se lo dijo. La maniobra se complica, una corriente de aire, más bien una ráfaga, mueve el jote del Wanderers para todos lados. Si no lo recoge con cuidado, el trofeo se hace añicos.
Respira hondo. Ya está oscureciendo. Le suenan las tripas, quiere irse luego a ver la comedia y a comer batido con palta. Una micro que pasa demasiado rápido rozándole la espalda, lo desconcentra. Desde la terraza una vieja lo mira. El sigue en su intento de salvar su jote, su volantín rescatado del enemigo. Así son las reglas.
¡¡¡Juanitooooooooooooo!!! Se escucha a lo lejos.
Tiene que apurarse, los coscachos duelen. Con decisión, toma el carrete y empieza a recuperar el hilo. El volantín está más cerca. El viento lo tira hacia la derecha, allá cerca del ascensor. Casi se enreda en los cables del puente. No pasó nada, sigue recogiendo. Se hace un rasguño en los dedos. No importa, ya está más cerca. Una paloma pasa por su lado, pero no toca el papel. Bien. La tarea está casi hecha.
Pero algo extraño lo inquieta. El hilo ya no está tenso, se siente liviano. ¿Qué pasó? se pregunta alarmado. Por más que recoge y recoge no logra dominar el volantín. Se le hace un nudo en la garganta de tanta rabia. ¡Cómo le fue a pasar a él!. Sus ojos no pueden creerlo, otro volantín surca los aires. Y el verde cae. ¡Se fue, se fue! anuncian por ahí.